WOMEN

¿Por qué no se casa más gente? Preguntémosles a las mujeres solteras


Recientemente, los opinadores tienden a posicionarse como iconoclastas que dicen verdades incómodas: las familias biparentales suelen dar mejor resultado para los niños, escribe Megan McArdle en The Washington Post, pero “por diversas razones”, prosigue, “son demasiadas las veces en que esto no se dice”, a pesar de que los analistas y expertos en políticas que pregonan sus ideas llevan décadas diciéndoles a las personas (heterosexuales) que se casen por el bien de sus hijos. Brad Wilcox, del Institute for Family Studies, que hace poco se burló de “la idea de que el amor, y no el matrimonio, es lo que forma una familia”, ha escrito un libro, de próxima publicación, titulado Get Married: Why Americans Must Defy the Elites, Forge Strong Families, and Save Civilization (que se traduciría algo así como “Cásate: por qué los estadounidenses deben desafiar a las élites, formar familias fuertes y salvar la civilización”). Todas estas reprimendas suelen basarse en los mismos estudios académicos, ahora recopilados por la economista Melissa Kearney en su nuevo libro The Two-Parent Privilege: How Americans Stopped Getting Married and Started Falling Behind (“El privilegio biparental: cómo los estadounidenses dejaron de casarse y empezaron a quedarse atrás”), que muestra por qué a los niños con dos figuras parentales les va mucho mejor en diversos aspectos de la vida que a los que son criados por padres o madres solteros, que en la inmensa mayoría de los casos son madres.

Puede que esto sea perfectamente cierto. Pero cuando se insiste desde lo alto de la torre de marfil en que la gente se case, no se tiene en cuenta la realidad a la que se enfrentan sobre el terreno las mujeres heterosexuales de diversas condiciones sociales: el estado de los hombres hoy en día. Después de haber escrito durante años sobre género, relaciones y reproducción, me sorprende con qué ligereza estas exhortaciones a casarse ignoran la experiencia de las personas. Una mirada más detallada a la realidad de cómo es, para las mujeres heterosexuales, salir con hombres y qué se siente puede explicar en gran medida por qué las tasas de matrimonio son más bajas de lo que preferirían los expertos en políticas públicas.

En las ocasiones inusuales en que se pregunta a las mujeres sobre sus experiencias en las relaciones, las respuestas no suelen ser las que alguien querría oír. A finales de la década de 1990, las sociólogas Kathryn Edin y Maria Kefalas entrevistaron a 162 madres solteras con bajos ingresos de Camden, Nueva Jersey, y Filadelfia para saber por qué habían tenido hijos sin estar casadas. “El dinero es rara vez la razón principal”, dicen las madres que ya no están con el padre de sus hijos. Las madres señalan, en su lugar, a problemas mucho más graves, escriben Edin y Kefalas: “Son el abuso de las drogas y el alcohol, la conducta delictiva y la consiguiente encarcelación, la infidelidad recurrente y los patrones de violencia íntima los villanos que más asoman en los testimonios de las madres pobres sobre sus relaciones fallidas”.

Sin embargo, no hace falta una conducta tan nociva para desalentar casarse; a menudo, la mera incompatibilidad o la constancia pueden resultar esquivas. Camino, por ejemplo, se ha aventurado en el mundo de las citas desde que se fue su pareja, pero no ha conocido todavía a nadie que comparta sus valores, que sea divertido y —duda en utilizar la palabra “feminista”— no ponga los ojos en blanco y haga alusión a su menstruación cada vez que ella opina sobre algo. La última persona con la que salió desapareció de pronto, sin previo aviso, después de llevar saliendo con ella cuatro meses. “Hay mujeres que están ahí intentándolo, y los hombres no están preparados”, me dijo. “No les importa, a la mayoría de ellos”. ¿Con quién, exactamente, se supone que se va a casar Camino?

Desde siempre que la gente ha promovido el matrimonio, también se ha venido observando que es difícil encontrar un buen hombre (véanse William Julius Wilson o Nora Ephron en sus primeros tiempos). Pero lo que antes se tachaba de mera queja de mujeres quisquillosas ahora está respaldado por un montón de datos. Los mismos expertos que promocionan el matrimonio también se lamentan de la crisis en los hombres y los niños, lo que ha dado en llamarse la deriva masculina: hombres que abandonan la universidad, el mercado laboral o descuidan su salud. Kearney, por ejemplo, reconoce que mejorar la posición económica de los hombres —en especial los que no poseen título universitario— es un paso importante para que sean parejas más atractivas.



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